lunes, 10 de diciembre de 2007

Ensayo

El abrazo de mi ordenador

En esta época cuando las personas recuperan la costumbre aldeana de reunirse en familia para comer juntos, echar globos, desatrasarse en las anécdotas o volverlas a contar, intercambiar regalos y... en fin, celebrar la navidad, yo debo viajar (por razones familiares ineludibles) a una gran metrópoli suramericana y pasar la noche navideña lejos de mis hijos. Me consolaba pensando que podría saber de ellos y ellos de mí a través de internet. Sin embargo, inquieta por lo del viaje, me encontré preguntándome: ¿Es en realidad tan fascinante el hecho de que pueda sentarme frente a un ordenador y ponerme en contacto con otra persona que está a cientos, o quizás miles, de kilómetros de distancia, con la cual no tengo, ningún contacto físico? Esta reflexión me llevó a pensar en que esa desmaterialización ha multiplicado el fenómeno de la soledad múltiple (Paul Virilio, 1996) Estar ahí, en soledad, creyendo estar acompañada, habitando una realidad inmaterial, pensando en los miles de personas que están en las mismas circunstancias: frente a un ordenador, sin más compañía que un teclado, una pantalla, un café.... Medios, tan sólo medios para poder escribir las palabras, poder leer lo que otro me escribe, sentir un estímulo en mi cuerpo diferente a los impulsos eléctricos de mis pensamientos.... Viviendo una soledad cósmica.

¿Es esto mejor que la charla animada en torno a una mesa de comedor en frente de los platos con restos de comida y con una taza de café humeante en las manos? ¿Es esto mejor que una fluida conversación frente al chisporroteo de los leños de una chimenea, con las copas de coñac sobre la mesa de centro? El universo virtual se está expandiendo, los canales de comunicación cada vez tienen un mayor alcance pero al mismo tiempo adquieren un grado de despersonificación más alto. La mediatización enfría las relaciones humanas. Porque esto es lo que ha sucedido, el contacto físico se ha disminuido, las personas han olvidado cómo se abraza. Los sentimientos se expresan a distancia. ¿Cómo estar satisfecha con las palabras escritas por alguien de quien no percibo su calor, no se a que huele, no percibo el timbre de su voz? El esfuerzo por comunicarme con esa persona me obliga a suponer (creación mental) cómo es su entorno, cómo es su aspecto, cuáles son sus emociones: “Con la aceleración ya no hay el aquí y el allá, sólo la confusión mental de lo cercano y lo lejano, el presente y el futuro, lo real y lo irreal, mezcla de la historia, las historias (...)” (Paul Virilio, 1996)

Cuando estamos en el ambiente de la chimenea, o en la mesa después de comer, podemos comunicarnos con el otro, percibir su estado de ánimo, constatar el brillo de sus ojos, saber si sonríe o si su rostro está serio. Cuando pensamos en las condiciones naturales de una comunicación, sabemos que existe un emisor que expresa algo, -un mensaje-, a alguien,- él receptor-, y que ese alguien le contesta y reacciona ante ese estímulo, -feed-back o retroalimentación-. Pero entonces démonos cuenta, dijimos: “comunicación”, término en cuya definición están implícitos otros términos: comunidad, común. Es esta capacidad de comunicar, de hacer común, lo que ha permitido al hombre sobrevivir: “Nadie ignora que la capacidad de comunicar es para el hombre, como para cualquier especie viviente, la condición indispensable de su ser en el mundo, es decir de su supervivencia” [1] Esta capacidad nace con nosotros y es gracias a ella que podemos diferenciar cual es nuestra realidad inmediata, tangible y cuál es la intangible, aquella construida por nuestras imágenes mentales.

Cuando le transmitimos palabras a alguien y ese alguien nos contesta a través de una máquina, llámese teléfono, llámese ordenador, nuestra realidad inmediata se confunde con nuestras imágenes mentales. No hay una retroalimentación en términos de gestos y corporeidad. No hay “comunicación”, sólo se da un intercambio de información. Ante la ausencia del cuerpo del otro debo saber que para el otro también soy invisible, también pierdo mi cuerpo. Dirán que se puede usar una cámara para ver al otro. Pero no es a ese al que vería sino la imagen que se construyó de él (o de ella) a través de una máquina. En este punto anotemos una circunstancia adicional: lo que yo considero real y verdadero difiere de lo que otro puede considerar real y verdadero. Para que podamos desarrollar la capacidad de diferenciar ésto necesitamos del lenguaje, de la comunicación natural: necesitamos interactuar con el otro, ponernos en su lugar, sentir a esa otra persona, intuirla, olerla; necesitamos de una proximidad audiovisual y de un espacio reducido en el cual se compartan gestos y signos semánticos.

En este punto de la reflexión aparece, entonces, el amor. ¿Qué va a pasar con él? Se necesita de la proximidad física del otro para que se activen ciertas funciones físico-químicas que hacen posible el enamoramiento. Recordemos que las primeras sensaciones amorosas vienen acompañadas de un aumento en los niveles de ciertos neurotransmisores como la dopamina y la serotonina. Estos mecanismos neuroquímicos entran en funcionamiento en combinación con señales que despiden los cuerpos, como las feromonas. Estas sustancias son “palabras químicas” que el cerebro percibe inconscientemente; como respuesta se disparan ciertos niveles hormonales y se producen comportamientos instintivos. Pero, qué pasa si el otro está a miles de kilómetros de distancia. ¿Puede una pantalla de un computador transmitir estas señales? ¿Existe el enamoramiento virtual? Parece ser que se dan algunos casos, pero, ¿Qué tan reales son?

La tecnología nos ofrece, sin duda, posibilidades insospechadas, pero también peligrosas. Azarosamente cada día aumenta el número de usuarios ansiosos de sumergirse en otras realidades, construidas a partir de lo virtual. Cada vez son más los que buscan vivir realidades paralelas, ser otro que no se es. Como en un estado de locura se busca al otro, a ese alter ego, en la pantalla del computador y se vive como si fuera cierto lo imaginado.

En el capítulo Magia, Mito, Albores del Arte y Locura, del libro Arte y Locura Roberto Doria Medina relata cómo, desde los albores de la humanidad, el hombre se vio avocado a enfrentarse a lo hostil de la naturaleza, a sus tremendos poderes, su orden cíclico y sus desastres súbitos y abrumadores. Se enfrentó con la muerte y supo que era algo ineludible. Frente a tales peligros e incertidumbres el hombre recurrió a su imaginación y construyó un dispositivo de transformación fantástica de su ambiente, el cual remplazaba con proyecciones de su mundo interno. En la actualidad ante el “(...) torbellino de la información donde todo cambia, se intercambia, se abre, se derrumba, se hunde, se ahonda, se levanta, se expande y finalmente se pierde (...)[2] el computador, la interactividad virtual es el dispositivo que le permite al hombre la transformación fantástica de su ambiente remplazándolo con mundos creados y vividos artificialmente.

Con esto en mente, me resignaré a la virtualidad como vía de escape que me distraiga de la realidad “navideña”, de todas formas es también “Una manera de soñar” (Juan Manuel Montoya, Hipertrópico, 28 de noviembre de 2007, 18:37)



[1] Virilio, Paul. El arte del Motor, Buenos Aires, Manantial, 1996. P 17

[2] Ibid. P.63

Identidad Holográmica


"El mundo que contemplamos cada día no es más que una descripción"
Carlos Castaneda

"Vivir significa Soñar(...) soñar también se logra con los ojos abiertos y bien abiertos"

Álvarez Lara, Saúl, Lo absurdo del Cotidiano